Tamaños estándar vs. personalizados: ventajas de cada uno en el mundo del Packaging
- Marta Aguilar
- 30 jul
- 7 Min. de lectura
Seguro que te ha pasado más de una vez: haces un pedido, llega el paquete a tu casa, y lo primero que ves (antes del producto incluso) es la caja, el sobre o la bolsa en la que vino. A veces la abres sin darle muchas vueltas, pero otras veces… algo te llama la atención. Un diseño bonito, un detalle inesperado, un mensaje que te saca una sonrisa. Y ahí te das cuenta: ese packaging no está puesto porque sí.
Detrás de cada envoltorio hay un montón de decisiones que no se ven a simple vista. No es solo elegir algo “bonito” o resistente. También hay que pensar si protege bien el producto, si es cómodo para almacenar o transportar, cuánto cuesta, cuánto espacio ocupa… y muy importante: qué sensación genera en quien lo recibe.
Porque el packaging también habla. Dice quién eres como marca, cómo cuidas lo que haces y qué importancia le das a la experiencia del cliente.
Y entonces, aparece una decisión clave: ¿ir por un tamaño estándar, algo práctico y listo para usar? ¿O diseñar algo a medida, único, que refleje 100% tu identidad?
No hay una receta mágica. Cada negocio tiene lo suyo, cada producto su necesidad. Por eso, te propongo mirar de cerca qué ventajas tiene cada opción, para que puedas elegir la que mejor encaje con lo que quieres transmitir.

Packaging en tamaños estándar: simple, rápido y económico
Cuando llega el momento de decidir cómo vas a presentar tus productos, una de las primeras cuestiones que se te plantea es si vas a optar por un packaging estándar o por uno personalizado. Y aunque lo de crear algo a medida tiene su encanto, lo cierto es que muchas veces lo más sencillo también es lo más eficaz. Usar formatos de packaging estándar puede parecer algo básico, pero tiene muchas ventajas que merece la pena tener en cuenta.
La principal es que ya está hecho. No necesitas diseñar nada desde cero, ni esperar tiempos de fabricación, ni pensar medidas complicadas. Buscas un tamaño que se ajuste bien a lo que vendes, haces el pedido y listo. Así de fácil.
Este tipo de packaging es ideal sobre todo para marcas que están empezando, o para aquellas que trabajan con productos de medidas similares. Si todos tus artículos encajan bien en un mismo formato, no tiene mucho sentido complicarse con diseños personalizados. A veces, elegir lo práctico también es una forma de cuidar los recursos (el tiempo, el dinero y la energía) que al principio escasean.
Otro punto fuerte es la disponibilidad. Al tratarse de formatos estándar que se producen en grandes cantidades, es habitual que estén siempre en stock. Y eso da muchísima tranquilidad. Si en algún momento tienes un pico de ventas o lanzas una promoción especial, sabes que puedes reponer tu packaging rápido y sin quebraderos de cabeza.
Y, cómo no, el precio también es un factor clave. Al fabricarse a gran escala, el packaging estándar suele ser mucho más económico que el personalizado. Para muchos negocios, especialmente los pequeños o los que aún están arrancando, esto puede marcar una gran diferencia en el presupuesto. Además, si compras en grandes cantidades, los precios por unidad bajan todavía más.
No hay que olvidar tampoco lo práctico que es a nivel logístico. Estos envases están pensados para apilar bien, ocupar el menor espacio posible y adaptarse a los sistemas de transporte y almacenaje más comunes. En la práctica, eso significa que aprovechas mejor cada palé, cada estantería y cada metro cuadrado de almacén. Todo suma cuando se trata de ahorrar costes y tiempo.
Pongamos un ejemplo muy sencillo: imagina que vendes velas artesanales, todas del mismo tamaño. Si ya sabes que una caja de 15x15x10 cm te viene como anillo al dedo, lo más lógico es usar siempre esa. Te evita problemas, hace que el empaquetado sea más ágil y te ayuda a mantener tus procesos ordenados.
Eso sí, como todo, no es una solución universal. Si tienes un catálogo muy variado o si buscas causar un impacto visual fuerte desde el primer momento, quizá un packaging estándar se te quede corto. Pero para envíos sencillos y procesos automatizados, esta opción funciona de maravilla.
En resumen, el packaging estándar no tiene por qué ser aburrido ni poco profesional. Bien elegido, con buenos materiales y un diseño cuidado, puede representar a tu marca perfectamente. Y lo más importante: cumple con lo que necesitas que haga. Porque al final, se trata de encontrar una solución que sea eficaz, económica y que acompañe bien la experiencia del cliente.

Packaging personalizado: cuando quieres dejar huella de verdad
Si lo que buscas es que tu marca se quede grabada desde el primer segundo, entonces el packaging personalizado puede ser tu mejor aliado. Y no, no se trata solo de tener una caja bonita. Va mucho más allá. Es crear una experiencia que empieza antes incluso de que el cliente vea lo que ha comprado.
El packaging, en estos casos, no es solo para proteger. También habla por ti, cuenta algo sobre tu marca. Con un diseño a medida, puedes empezar a contar tu historia desde fuera. Puedes elegir materiales que transmitan sensaciones, jugar con los colores que representan tu identidad, usar texturas que llamen la atención o incluir frases, dibujos o detalles que reflejen tu esencia. Aquí lo único que pone límites es tu imaginación (y claro, tu presupuesto).
Este tipo de packaging encaja genial con marcas que venden productos únicos, especiales o de edición limitada, o simplemente con aquellas que quieren destacar en un mercado donde, seamos sinceros, muchas veces todo parece igual. Cuando hay tanta oferta parecida, lo que realmente marca la diferencia son los pequeños detalles. Y el packaging, sin duda, es uno de ellos.
Además, hay algo muy práctico en todo esto: cuando diseñas un packaging pensando exactamente en tu producto, todo encaja mejor. No hace falta rellenar con plásticos o papeles para “que no baile” dentro de la caja. Tampoco tienes que usar cajas gigantes para algo pequeño. El resultado es más limpio, más coherente y mucho más profesional. Y eso el cliente lo nota.
Y ya que estamos, hablemos del famoso momento unboxing. Ese instante en el que alguien abre su pedido con ilusión puede ser mágico si lo has preparado con cariño. Un mensaje escondido en la tapa, una tarjeta manuscrita, un diseño interior inesperado... Son detalles que hacen que el cliente no solo reciba un producto, sino que viva una experiencia. De esas que se recuerdan. Y si encima lo comparten en redes, mejor aún.
Ahora bien, tener un packaging bonito y personalizado no significa dejarte un dineral. Hay maneras de hacerlo sin romper el presupuesto. Por ejemplo, puedes usar cajas kraft sencillas y darles un toque especial con una faja de papel impresa, una etiqueta con tu logo o incluso un sello de tinta. También puedes envolver el producto en papel de seda con tus colores de marca o incluir una pegatina con un mensaje simpático. Pequeños gestos que, sumados, hacen mucho.
En resumen, si quieres que tu marca no pase desapercibida, si te interesa que la experiencia de compra empiece desde fuera, y si valoras los detalles que conectan con las personas, el packaging personalizado puede ser justo lo que necesitas.

¿Y entonces, qué opción te viene mejor?
Pues no hay una respuesta universal que sirva para todo el mundo. Depende un poco de tu producto, de cómo lo vendas, de lo que quieras transmitir con tu marca… y también, cómo no, del presupuesto con el que cuentes y del ritmo que tengas en el día a día.
Si lo que buscas es ir al grano, con algo que funcione, que esté listo rápido y que no te rompa la cabeza ni el bolsillo, el packaging estándar es un buen aliado. No necesitas pensar demasiado: eliges un formato que te encaje, lo pides, lo recibes en poco tiempo y a otra cosa. Perfecto si estás empezando, si manejas muchos pedidos iguales o si lo que necesitas es rapidez y eficiencia.
Este tipo de packaging suele estar optimizado para que ocupe poco, se apile bien y no te dé dolores de cabeza a la hora de transportarlo o guardarlo en el almacén. Y aunque sea más básico, también puedes darle tu toque con un diseño bonito, una pegatina con tu logo o algún detalle que diga “esto lleva mi sello”.
Ahora bien, si lo que quieres es que tu cliente se acuerde de ti desde el primer segundo, que el momento de abrir el paquete sea casi tan especial como el producto que lleva dentro… entonces lo tuyo es el packaging personalizado. Aquí puedes jugar con todo: colores, materiales, texturas, mensajes, ilustraciones… lo que se te ocurra. Es tu oportunidad de contar quién eres sin necesidad de decir ni una palabra.
Y lo mejor de todo es que no hace falta elegir una sola opción para siempre. Muchas marcas hacen una mezcla: usan packaging estándar para lo habitual y dejan el personalizado para momentos especiales, como lanzamientos, campañas de marketing, colaboraciones o incluso para sorprender a ciertos clientes. Una forma muy inteligente de equilibrar costes sin renunciar al impacto.
Así que, al final, la clave está en encontrar ese punto medio que te funcione a ti. Que te ayude a cumplir con lo práctico, sin perder de vista lo emocional. Porque tanto un tipo de packaging como el otro tienen sentido… solo tienes que pensar qué quieres que sienta la persona cuando reciba tu producto.
En resumen…
El packaging no es solo una caja o un sobre: es una oportunidad para comunicar, para cuidar los detalles y para dejar huella. Ya sea que elijas un formato estándar por su practicidad, o uno personalizado para sorprender y enamorar, lo importante es que refleje quién eres como marca y cómo quieres que te recuerden.
Y si estás buscando asesoramiento para encontrar el packaging ideal, tanto si vas al grano como si quieres algo único y con personalidad, en Booster Packaging estamos para ayudarte. Contanos tu idea, tu producto, tu estilo… y lo pensamos juntos. Porque sabemos que cada marca tiene su propia historia, y queremos ayudarte a contarla desde el primer vistazo.





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